¿Cómo entender la complejidad de la muerte? Son los malditos -¿o benditos?- recuerdos los que nos hacen odiarla. De no ser por estos no estaríamos pensando en lo que fue y ya no es, y no estaríamos llorando por lo que hubiera sido y ya no será. Aunque muchas veces, con los muertos en la tumba, nosotros nos encargamos de que en nuestros oídos no retumben nunca más las palabras de nuestros difuntos, y por medio de una ficción nos convencemos de que nuestra vida sigue y que, por ende, a los muertos toca dejarlos ir.
Aún así, negar que el sonido de las voces de quienes partieron al país de nunca jamás aún hace eco en nuestro ser, es engañarnos a nosotros mismos. Debemos estar dispuestos a recordar, es más, hemos de poner nuestros mayores esfuerzos en ello. De no hacerlo, nos perderemos de una de las más preciadas facultades que tiene el ser humano por esencia: recordar(la otra es soñar). Además, el olvido es una enfermedad que sólo nos lleva a ejecutar errores ya cometidos.
No podemos permitir que la muerte se robe nuestros recuerdos, y mucho menos nuestros sueños. Así, dispuestos a recordar, permitámonos seguir soñando. No dejemos que esta muerte acabe con lo que hemos construido, sino que, por el contrario, esforcémonos por lograr que a nuestros sueños – ¡vaya trillada, pero hermosa palabra!- no los mate ni la propia muerte.
Aún así, negar que el sonido de las voces de quienes partieron al país de nunca jamás aún hace eco en nuestro ser, es engañarnos a nosotros mismos. Debemos estar dispuestos a recordar, es más, hemos de poner nuestros mayores esfuerzos en ello. De no hacerlo, nos perderemos de una de las más preciadas facultades que tiene el ser humano por esencia: recordar(la otra es soñar). Además, el olvido es una enfermedad que sólo nos lleva a ejecutar errores ya cometidos.
No podemos permitir que la muerte se robe nuestros recuerdos, y mucho menos nuestros sueños. Así, dispuestos a recordar, permitámonos seguir soñando. No dejemos que esta muerte acabe con lo que hemos construido, sino que, por el contrario, esforcémonos por lograr que a nuestros sueños – ¡vaya trillada, pero hermosa palabra!- no los mate ni la propia muerte.
Ana Cristina Henao
