¿Cómo entender la complejidad de la muerte? Son los malditos -¿o benditos?- recuerdos los que nos hacen odiarla. De no ser por estos no estaríamos pensando en lo que fue y ya no es, y no estaríamos llorando por lo que hubiera sido y ya no será. Aunque muchas veces, con los muertos en la tumba, nosotros nos encargamos de que en nuestros oídos no retumben nunca más las palabras de nuestros difuntos, y por medio de una ficción nos convencemos de que nuestra vida sigue y que, por ende, a los muertos toca dejarlos ir.
Aún así, negar que el sonido de las voces de quienes partieron al país de nunca jamás aún hace eco en nuestro ser, es engañarnos a nosotros mismos. Debemos estar dispuestos a recordar, es más, hemos de poner nuestros mayores esfuerzos en ello. De no hacerlo, nos perderemos de una de las más preciadas facultades que tiene el ser humano por esencia: recordar(la otra es soñar). Además, el olvido es una enfermedad que sólo nos lleva a ejecutar errores ya cometidos.
No podemos permitir que la muerte se robe nuestros recuerdos, y mucho menos nuestros sueños. Así, dispuestos a recordar, permitámonos seguir soñando. No dejemos que esta muerte acabe con lo que hemos construido, sino que, por el contrario, esforcémonos por lograr que a nuestros sueños – ¡vaya trillada, pero hermosa palabra!- no los mate ni la propia muerte.
Aún así, negar que el sonido de las voces de quienes partieron al país de nunca jamás aún hace eco en nuestro ser, es engañarnos a nosotros mismos. Debemos estar dispuestos a recordar, es más, hemos de poner nuestros mayores esfuerzos en ello. De no hacerlo, nos perderemos de una de las más preciadas facultades que tiene el ser humano por esencia: recordar(la otra es soñar). Además, el olvido es una enfermedad que sólo nos lleva a ejecutar errores ya cometidos.
No podemos permitir que la muerte se robe nuestros recuerdos, y mucho menos nuestros sueños. Así, dispuestos a recordar, permitámonos seguir soñando. No dejemos que esta muerte acabe con lo que hemos construido, sino que, por el contrario, esforcémonos por lograr que a nuestros sueños – ¡vaya trillada, pero hermosa palabra!- no los mate ni la propia muerte.
Ana Cristina Henao

1 comentario:
*El regreso del olvido al inconsciente, y la hermosa posesión de los sueños*
-Sólo para quien quiera soñar otra vez-
Cierta vez tuve una ardua pelea con mi inconsciente, quien durante largo tiempo se empeñó en apropiarse de mis recuerdos, e influenciada por San Agustín comprendí que los recuerdos de mis más espectaculares vivencias se encontraban bajo llave en el perverso inconsciente que me las había quitado y no las quería devolver. Luego de largas batallas, logré que el ladrón de los recuerdos me devolviera mis sueños y me resigné bajo la absoluta convicción de que, si bien éste no quería devolverme los recuerdos, me estaba devolviendo lo más preciado que podía tener: los sueños, construidos con alegría, infantilismo, inocencia e ingenuidad. Así, en el instante en el que me apoderé de mi pertenencia más preciosa, prometí que a mis sueños no los iba a dejar jamás.
Con el pasar del tiempo he conservado esos sueños, en una hermosa caja de cristal. Pero, sin esperarlo, el inconsciente ha hecho de las suyas nuevamente. Así, haciendo caso omiso a San Agustín, no quiere desechar los recuerdos que deseo olvidar. Mi indignación es absoluta: no concibo cómo es posible que el inconsciente no quiera cumplir su función. Ahora, por temor a las posibles batallas que se puedan presentar, éste no desea ya apoderarse de mis pésimos recuerdos. De ahí que nuevamente voy sintiendo que pierdo la cordura, y como Bécquer he pensado en pedirle a las olas que me lleven “(…) por piedad a donde el vértigo con la razón me arranquen la memoria”, porque como el poeta, “¡Tengo miedo de quedarme con mi dolor a solas!”.
Sin embargo, sorprendida, observo cómo en un rincón, una fuerza mágica y poderosa está moviendo la suave, fina y delicada cubierta de mi cajita de cristal. Así, a pesar de mi estado, temerosa y débil, he decidido contratar nuevamente a mi inconsciente; sí, es cierto, he aprendido la lección. No me importa que el ladrón de los recuerdos se lleve mis vivencias, es más, lo deseo, porque las quiero arrancar de mí. Pero, eso sí, le he advertido al perverso inconsciente que no me despoje de mis sueños, porque sin ellos no puedo vivir. El inconsciente se siente triunfador, convencido de que dejándome sólo con sueños me tiene absolutamente desposeída, por no notar lo que yo perspicazmente me enaltezco de saber, pues sé bien que “(…) la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.
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